divendres, de gener 09, 2004

No tendrás pensamientos impuros

Vuelve a imponerse la ley de Dios, pero éste ya no se llama Jesús, sino George Bush. El pensamiento, la imaginación, los deseos... que se suponían totalmente libres, no punibles en cuanto que no hacen daño a nadie, han servido para bombardear una nación, para matar a miles de personas, para limpiarse la conciencia un gobierno norteamericano que cada día sorprende más con sus declaraciones. En este caso, no quiero saber lo que le pasaría a George Bush si alguien leyera su mente cuando le imploran el indulto de un condenado a la silla eléctrica en su país.
Los equipos encargados de buscar las armas de destrucción masiva se han cansado de hacer el paripé y regresan a su país. No encuentran nada de nada: caput. Por su parte, el secretario de Estado estadounidense, Colin Powell admite que Irak podría no tener esas armas, pero que Sadam tenía la intención de fabricarlas seguro. ¿Qué significa eso? ¿Se puede juzgar a la gente, condenar a un país por las intenciones de un dictador que ha quedado denigrado ante la opinión pública internacional?
La situación internacional ha llegado a un punto de sarcasmo inaguantable. Estados Unidos mantiene su superioridad, imponiéndose sobre el resto y creyendo que de verdad tiene derecho a imponer las normas del juego. Es como el hermano mayor que obliga a los pequeños a servirles o a ser cómplice de sus trastadas bajo la amenaza de la fuerza. Pero hay que recordarle a los mandatarios norteamericanos que todos, individuos y países, somos iguales y que nadie puede estructurar el día a día a su gusto.
¿Por qué puede EEUU imponer sanciones, bloqueos económicos, guerras, dirigentes y formas de gobierno y comercio sin que el resto de países se inmute? Cualquier acuerdo, cumbre o conversación se ve forzosamente condenado a adaptarse a las avenencias del gran país norteamericano. Pero está claro que no podemos seguir así.

Los gobiernos del resto de naciones, sobre todo la Unión Europea, deberían desmarcarse de una vez de la lógica maniqueísta de con nosotros o contra nosotros que el gobierno norteamericano ha instaurado como rectora de la política internacional. El resto de naciones en conjunto son lo suficientemente fuertes como para alterar el orden establecido. Porque las cosas pueden cambiar. La historia no ha terminado y la superioridad estadounidense se basa ante todo en hacernos creer (y nos lo creemos) que él tiene las llaves de todas las puertas. No demos nada por sentado. Preguntémonos cómo solucionar la injusticia, como democratizar las naciones, como humanizar las relaciones. Pero hagámoslo fuera de la lógica económica. Porque los valores y las personas nunca se compraron ni se vendieron, se desarrollaron misteriosa y sorprendentemente con un atributo inalienable: la libertad. Que no nos la quiten. El statu quo no existe, esa palabra nos la inventamos nosotros, como el resto. Juguemos con el lenguaje para rescatar las palabras más bellas del diccionario y enterrar esas otras que nos hacen daño. Nosotros, todos, no un país ni un gobernante concreto, tenemos capacidad para cambiar poco a poco las cosas. No me cansaré nunca de repetirlo.