dimecres, de gener 14, 2004

Y parece tan normal...

El BBVA ha distribuido entre sus trabajadores un nuevo manual de buena conducta. Sus cuatro puntos básicos son: respeto a la dignidad y los derechos de la persona, cumplimiento estricto de la legalidad, respeto a la igualdad y a la diversidad de las personas y objetividad profesional. Hasta ahí nada que objetar. Lo sorprendente es que estos parámetros han sido dictados para desmarcarse del resto de entidades. Entonces, ¿significa esto que la dignidad, el respeto, la legalidad y la objetividad son algo peculiar y no la condición sine qua non cualquier negocio debería abrir sus puertas?
Otra paradoja es que George Bush ha expresado en la cumbre de Monterrey que vetará la entrada a su país de funcionarios corruptos. Teniendo en cuenta el caso Enron, las andanzas de la consultora Andersen y los acuerdos en materias de petróleo de la familia Bush con los Karzai (Afganistán), por citar tan sólo algunos ejemplos, más le hubiera valido mantener la boquita cerrada, ya que tal vez sea él el primero en quedarse fuera de casa.
Si no fuera de casa, lo que sí que puede quedarse uno es a las puertas del avión rumbo Estados Unidos. La propuesta del gobierno de estudiar los datos personales de cada pasajero, clasificándolos en tres tipos de colores: rojo (no apto), naranja (necesidad de interrogatorio) y verde (apto), complicará aún más el tráfico aéreo y creará pasajeros de primer y segundo orden, sin que ello garantice una seguridad al cien por cien. Y es normal. En tiempos de globalización económica y cultural, el riesgo se erige como uno de las características principales que envuelven las actividades sociales. Lo que pasa es que los gurús capitalistas tienden a exagerar hasta el extremo esos riesgos, utilizando el miedo como arma fundamental de poder. Así pues, interiorizamos que el control de nuestras vidas es necesario para nuestra seguridad y el Gran Hermano se impone cada día más, pero no precisamente en forma de talk shows. Dejamos que otros rijan nuestro futuro porque desconfiamos de nuestra capacidad para hacerlo. De esta manera, nos auto-alienamos, exigiendo cuando nos damos cuenta del error la devolución de nuestra identidad. Sin embargo, en la mayoría de casos hemos perdido el ticket de compra. Si aumentáramos nuestro empeño en hacer las cosas y deseáramos realmente ser protagonistas de nuestras vidas, nadie nos contaría nunca nuestra propia historia como algo definido y dirigido por terceros.