dilluns, de desembre 15, 2003

La cara del Mal

El Mal ha cambiado de rostro. Una vez capturado el tirano de Sadam, EEUU ha perdido su más valioso argumento para permanecer en Irak. Sin embargo, como ya se ha apresurado a propagar, sus tropas no saldrán del país.
El ejecutivo de Bush repite constantemente discursos maniqueístas que le obligan a identificar a los malos con un rostro, de esta manera es mucho más asimilable la demonización del enemigo.
El dictador iraquí no ofreció resistencia, se rindió desmitificando su autoimpuesta imagen de héroe popular. Lejos quedan todas las fotografías, carteles, banderas y esculturas que adornaban las calles de Irak mostrando a un Sadam fuerte y saludable.
Quizá ahora, Bin Laden vuelva a recobrar el protagonismo perdido tras el bombardeo de Afganistán o los estadounidenses tendrán que hablar del terrorismo en abstracto. No obstante, los términos generales son mucho menos efectivos y más difíciles de identificar para las personas. Están más abiertos a la libre interpretación, algo que la lógica consumista impuesta descaradamente desde los ochenta se ha encargado de destruir muy sutilmente.
Bush tendrá que escoger muy bien sus palabras para dirigirse a la opinión internacional y ofrecer razones convincentes que no nos hagan pensar que se quedan por el petróleo y el gran negocio de la reconstrucción.
Está claro que de la noche a la mañana la situación en Irak no va a normalizarse. A pesar de todo el mal que ha causado Sadam, su permanencia en el poder durante más de veinte años (consentida por las potencias que ahora reclaman su cabeza) le ha reportado simpatías en algunos sectores de la población.
Los odios entre sunníes y siíes y el eterno problema de la comunidad kurda se suman a la situación de anarquía y el sentimiento de ocupación. Los norteamericanos no son bien vistos entre la población y ahora que Sadam está fuera de juego se demostrará realmente si son amigos o interesados. Las declaraciones de Aznar asegurando que “nuestra labor aún no ha terminado” parecen dar pie a la segunda opción.
Lo más importante ahora es que Sadam reciba un juicio justo (aunque él haya gaseado antes de preguntar a la gente si era culpable de algo y nunca haya dado la oportunidad de juicios en regla, sería repugnante que intentáramos imitarle. El ojo por ojo, diente por diente es uno de los refranes más desafortunados que se han escrito). La ONU debería reunirse y establecer cuanto antes un gobierno de transición en el que participara el pueblo iraquí. Irak necesita el apoyo internacional, pero también que se le deje experimentar una democracia por sus propios medios, ya que muchos iraquíes no conocen siquiera el significado de dicha palabra.
La tiranía de Sadam y su posterior destitución a través de un ataque ilegal demuestra una vez más que el fomento de los odios y los fundamentalismos nunca es un arma política aceptable. EEUU apoyó a Sadam durante su mandato, en tiempos de guerra fría. En ningún momento se le pasó por la cabeza el derrocamiento del dictador, aún habiendo asesinado a más de 30.000 iraquíes con armas químicas. Sólo cuando estuvo en juego el control del petróleo kuwaití, aparecieron por el horizonte los soldados norteamericanos con sus tanques, bombas y mísiles.
El caso iraquí debería dar pie a la ONU a ayudar a aquellos pueblos que, como Irak, sufren los desmanes del poder encarnado en una figura humana. Eso sí, la ayuda debe hacerse a través de tácticas políticas y diplomáticas, no con la violencia, porque en ese caso sería peor el remedio que la enfermedad.

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